Me encanta el romanesco, primero porque entra por los ojos, con esa perfección geomtérica que se da a veces en la naturaleza, pero sobre todo por la suavidad de su sabor. Esta crema, hecha solo con la verdura y un poco de cebolla tiene una suavidad y una textura dificil de conseguir con otras hortalizas, que muchas veces piden a gritos el socorrido chorreón de crema de avena.
PREPARACIÓN
- Cortar el romanesco en trozos, quitándole su tronco mas duro
- Rehogar la cebolla en aceite de oliva, y cuando empiece a perder su firmeza añadir el romancesco y dar unas vueltas a todo junto.
- Añadir suficiente agua para cubrir la verdura y dejar cocer el conjunto a fuego suave tapado, aunque dejando una rendija para que se evapore.
- Cuando veamos que el romancesco está muy tierno, como a los 10 minutos, apartar del fuego, y triturar en la minipimer. Añadir más agua o caldo hasta conseguir el espesor deseado.
- Al final, los amantes del aceite de oliva, como es mi caso, le pueden agregar otro chorreón de aceite y seguir triturando para que emulsione bien.
- Justo antes de servir, calentar la crema, añadir el queso rallado y sazonar con sal y pimienta al gusto.
- También se puede añadir un toque de picante, con pimentón, merkén, cayena, pero sin pasarse, para que se note un recuerdo lejano evitando que se haga presente, ya que matara el sutil sabor de esta deliciosa crema.