Soy una apasionada de la vegetación silvestre, y una de mis ocupaciones favoritas en El Milagro es pasear por los caminos observando la “pequeña vegetación” que crece en los bordes del camino. Si nos sigues en Instagram, habrás observado que a menudo relato lo que me encuentro y lo ilustro con fotos de móvil.
Conocí la obra de Macarena Gross, y me sentí totalmente identificada. Ella no usa un móvil, sino una cámara réflex, pero su aproximación a la Naturaleza se parece a la mía. Sin ser especialistas en botánica, admiramos ambas la perfección de lo pequeño, de las plantas humildes que podrían pasar desapercibidas, pero que cuando las observas con atención te revelan una armonía y una belleza que nada envidia a otras plantas más “majestuosas”.
He pedido a Maca que mire a través de su objetivo, y desde su intuición de artista a esta vegetación autóctona de la Campana de Oropesa, de nuestra Granja, y así reflexionar basándose en ellas sobre lo que supone el cambio de paisaje a través de las estaciones.
Os iré contando por aquí, según vaya avanzando, y ya os dejo con ella, que os hablará sobre el OTOÑO.
¿Qué es lo más difícil?
Aquello que parece ser lo más fácil:
ver con los ojos lo que ante nosotros se encuentra.
JOHANN WOLFANG VON GOETHE
¡Oh nobles hierbecillas! ¡Oh jaramagos, lenguazas, zapaticos, nazarenos, ignoradas hierbas del campo! ¿Hasta cuándo voy a ignorar vuestros nombres? decía Muñoz Rojas en su libro Las cosas del campo.
¡Qué inesperadas, qué resueltas, qué sencillas… aquellas que huella el pie, que arranca el escardillo, que atropella el arado!
Hace ya algunos años, en un paseo por el campo, se me reveló una belleza en aquellas nobles hierbecillas, que me cambió por completa mi manera de mirarlas.
Así, inspirada en el naturalista Alexander Von Humboldt, comencé a recopilar todas aquellas plantas silvestres que crecían libremente en las cunetas, en los bordes de los caminos, a pie de cultivos, casi en cualquier lado. Decidí entonces sacarlas de contexto y ponerlas en valor. Hice que posaran para mí.
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Agostadas, como frágiles esculturas en óxido, en la época estival, florecidas en primavera… Todos sabemos que basta con concentrar la atención en algo para que aparezca por todas partes, se vuelva infinito. De este modo, no he podido dejar de verlas, contemplarlas, fotografiarlas…por todos lados. Humboldt siempre fue un caminante.
Humboldt siempre fue un caminante, como Blanca. Viajar a pie, decía, le mostraba la poesía de la naturaleza. Thoreau sostenía que emprender caminatas con frecuencia es algo esencial para mantener una relación saludable con uno mismo y con el planeta. Careri hablaba de la importancia del caminar como práctica estética.
Comparto con todos ellos esa pasión del caminar, de viajar a pie, de la observación de ese entorno más inmediato. Así que fue un regalo cuando Blanca me invitó a realizar este proyecto… ¡Son tantos los frutos de ese andar atento y continuo! Desde una mirada simple, se va revelando un paisaje inmenso y silencioso, un universo encerrado en lo más pequeño, donde todo está conectado y van surgiendo de a poquito, las múltiples relaciones de los seres vivos y no vivos que allí habitan. Como escribió William Blake, Para ver el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre, abarca el infinito en la palma de tu mano y la eternidad en una hora.
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Tan solo hace falta un poco de quietud. Observar. Caminar despacio por la tierra, como si fuera un lugar sagrado. Tocar cada sonido y escuchar con los ojos bien abiertos. ¡Se revela pura belleza!
Mi propuesta para este proyecto, es el de compartir una mirada humilde desde la intuición del caminar, recorriendo el paisaje durante cuatro tiempos o estaciones.
Con el simple objetivo de estar atenta, reconocer y conocer. Porque quien conoce, ama y quien ama, cuida. Hoy que se nos llena la boca cuando hablamos de sostenibilidad y casi ninguno de nosotros conocemos apenas el nombre de los árboles que viven cerca de nuestras casas, y me pregunto, ¿cómo vamos a cuidar lo que no conocemos? Como formula la tradición sufí: “Si no podemos leer en la naturaleza, o leer la existencia, entonces ¿qué podremos entender o aceptar? (…)
lo que hay que adquirir es la capacidad de reconocer signos. Esta es la ciencia más alta”.
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Y qué mejor que haber empezado en otoño, donde uno -como un árbol- suelta, se vacía, se desprende de las formas que no dan fruto y queda preparado para sembrar y empezar de nuevo. Tiempo de reflexión e intuición. De interiorización también. La savia de los árboles se retira de las hojas y ramas y vuelve hacia las raíces. Los animales disminuyen su actividad.
Anochece más temprano, el ritmo es más lento y se nos regala una paleta infinita de rojizos y resplandores.
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Asombrarse, observar, contemplar, tocar, recolectar, … para después, pararme, archivar, clasificar plantas, apuntes, intuiciones… Por último, fotografiar. No soy botánica, por eso, más allá de una representación puramente analítica, contemplo cada planta como una estructura totalmente artística y arquitectónica y tan solo trato de representar la emoción que en mí provocan sus geometrías, sus colores y sus formas…. En un mundo en el que tendemos a trazar una línea muy definida entre el arte y la ciencia, entre lo subjetivo y objetivo, solo podemos comprender a la naturaleza de verdad si utilizamos la imaginación y la intuición, como bien decía Humboldt.
A cada tiempo, un paisaje. Y para cada estación, un poema. Este, sobre el tiempo de otoño, de Javier Melloni.
Las hojas no caen en otoño.
Se desprenden, se deslizan mansa
y libremente hasta besar el suelo.
Se rinden ante la estación que adviene.
No temen deshacerse antes que el frío las congele.
Su rendición es generosidad también sabiduría.
Saben que no son ellas las que han de perdurar,
sino el tronco y las ramas que las sostienen.
Ellas no son el origen ellas no son la fuente.
El árbol vuela en cada hoja
que suelta al tiempo que permanece.
Ese manso desprenderse es la liberación
de quien ya no retiene.
Aprender a ser árbol que anochece,
ofrecerse en cada hoja para que puedan
brotar nuevas cuando regrese el Sol Naciente.
JAVIER MELLONI